viernes, 10 de enero de 2014

veinte y uno

El ruido de las monedas y el incesante palanqueo le dieron la bienvenida. Una copa de champagne burbujeaba en su boca. De a poco el alcohol subía por su cabeza. Sin entender si era por culpa de su estómago vacío o de las luces de infinitos colores que jugaban con sus ojos, su cuerpo comenzó a tambalear suavemente. Agarró un vaso de agua de la barra y se lo tomó al seco. Aún medio mareado retiró $200.000 pesos del cajero. Miró largamente los billetes entre sus dedos sin saber qué hacer con ellos. Frotaba una y otra vez el dinero en sus manos. Trataba de pensar, de entender, de descifrar en qué situación se había metido. Pero sentía que ya era demasiado tarde para tratar de comprender, ya no había vuelta atrás. Simplemente tendría que seguir adelante con la decisión pactada. No sólo las 200 lucas estaban en juego, sino que toda su vida dependía del azar.
Guardó el dinero en el bolsillo de su pantalón y fue en busca de lo anhelado. Entre vueltas se topó con unos extraños aparatos que permitían hacer apuestas con monedas. No había que entender en qué consistían las reglas, era tan fácil como agarrarse de la palanca en su costado y jalarla hacia abajo con poca fuerza. Con eso el destino hacía lo suyo. Parecían ser miles las personas sentadas frente a esas máquinas, con los ojos centrados en su pantalla, su mente embriagada con el ruido que ellas emitían y con la esperanza de escuchar el escalofriante ruido de las monedas chocando contra metal si tenían la suerte de ser ganadores. En medio del tumulto, sonó una monótona melodía de circo. Una de las máquinas comenzó a lanzar destellos de luz. Tres campanazos retumbaron en los oídos de los curiosos que se habían acercado a idolatrar al aparato que escupía monedas. La ganadora, casi con taquicardia, se acaparó de su ganancia. Junto con el fin de espectáculo se acabaron los cinco minutos de fama de la afortunada. Todos volvieron a sus puestos tras las máquinas y continuaron tirando la palanca de la suerte mientras sus ojos se volaban con los colores de la pantalla.
Agobiado por el ambiente, decidió tomar otro vaso de agua. En una esquina del bar una joven mujer jugaba con el humo de su cigarrillo mientras se acompañaba de un martini. Pasaron pocos minutos cuando un par de sujetos se le acercó a contarle sus triunfos. Ella los miraba sin verlos realmente. Luego de escucharlos por un corto tiempo, tomó su copa y se fue a sentar a otro lugar. Avergonzados, los vejetes volvieron a seguirla y pusieron un paquete encima de sus piernas. Sin abrirlo, la muchacha dejó el resto del martini sobre la barra y emprendió rumbo entre los brazos de los desconocidos.
Tratando de absorber todo lo que aquel lugar le tiraba, el hombre prefirió esperar hasta calmarse un poco. Sin embargo, cada minuto que pasaba lo emborrachaba más. A medida que las máquinas se iban apoderando de las voces humanas aumentaba la densidad del humo. Casi de forma natural, las personas se habían tornado muda para darle vida al ruido de las fichas plásticas moviéndose entre los dedos ambiciosos. No había espacio para ningún pensamiento que no fuera el del dinero. Sólo con mirar los fajos de los potentados él se excitaba, pero no le duraba mucho cuando recordaba aquel número maldito: el 21.
Queriendo terminar rápido con el martirio se dirigió a una extensa mesa con una ruleta al final. Todos hacían sus apuestas mientras él compraba sus fichas. Un hombre en silla de ruedas manoseaba un cigarrillo mientras cargaba la mesa con sus piezas. Frente a él, un hombre con ropa añeja y barba de varios días discutía con su compañero de juego si apostaban 20 ó 50 mil pesos. Nervioso recordó el mito de aquel juego que tantas veces lo había acompañado. Quizás fuera Pascal, quien, obsesionado con la idea del movimiento, había creado el concepto de la ruleta. No obstante siempre sintió más creíble la versión de Blanc, quien formó una alianza con el diablo para entender aquel círculo que, al sumar todos sus números daba como resultado 666. Así, tal como lo había hecho Blanc, ahora él se entregaba por completo a la ruleta y apostaba su vida al 21. Puso $10.000 sobre su preciado número. Primera jugada, número ganador: el 6. Con temor miró al resto de los jugadores. Todos habían hecho grandes apuestas en diversos números de la mesa. No obstante, contrario a lo que él esperaba, estaban todos tan absortos en sus propios números que nadie se había percatado de su fracaso. Después de todo, ¿qué importancia podría tener una mísera ficha de $10.000 pesos al lado de las demás apuestas?
Aliviado, volvió a apostar $10.000 sobre el 21. Número ganador: 13. La casa volvía a ganar y él comenzaba a ponerse nervioso. Esperó hasta que el crupier arrojara las palabras “no va más” y realizó una apuesta más. Nuevamente el resultado fue nulo. Le iban quedando $170.000 y el alcohol lo seducía en la distancia. Alzó los ojos de la mesa buscando el bar cuando se topó con la mujer del martini. Tenía la pintura de sus ojos corrida y el pelo desordenado. El pronunciado escote en su vestido permitía notar la excitación de sus pechos. Tentado, palpó el calor de los billetes dentro de su bolsillo. Ella sintió los ojos del hombre recorrerla y se quedó mirándolo fijamente. Cuando sus ojos se toparon ella aprovechó de humedecer sus labios con su lengua. Extasiado con la entrega de su cuerpo le dio un apretón al dinero que había toqueteado y se acercó a ella.
- ¿Cuánto cobras? – le preguntó.
- ¿Para usted?
- Cómo quieras…para mí o para cualquier. Sólo dame un precio bajo. – le dijo posando su pesada mano en su trasero.
Acercándose a su oído ella pronunció el precio que tendría que pagar para llevársela a la cama.
- De acuerdo. Vamos.
Con torpeza la tomó del brazo y se la llevó al automóvil.
- ¿No vas a pagar una pieza?
- Esta perra está loca – dijo riéndose para sí. - ¿Con qué plata huevoncita? Métete al auto no más.
Sorprendida por el repentino cambio de personalidad, la prostituta obedeció sin responder. En el auto Phuong la tiró bajo su cuerpo y sus manos la apretaron con desesperación. Era como si con cada agarrón buscara arrancarle un pedazo. Excitado rajó el escote del vestido y comenzó a cachetear sus mamas hasta lograr que los pezones se levantaran. Mientras ella gemía de dolor, él mordisqueaba con brutalidad sus pechos.
Sin poder arrancarlo de encima, la mujer comenzó a llorar en silencio. Sabía que no lograría nada con gritar ya que su profesión era bien conocida en el medio. Al ver las lágrimas, Phuong comenzó a sentir dolor en su pene al no satisfacer su excitación sexual. Raudo, se desabrochó su pantalón y subió el vestido de la joven. Al tratar de meter su miembro se dio cuenta que sus músculos estaban contraídos.
- Mira mierda, te estoy pagando pa esto. Así que ábrete o te saco la cresta.
Zona no atinaba a hacer nada. Por más que trataba de hablar el temblor de su mentón no le permitía pronunciar las palabras.
Enajenado, Phuong comenzó a golpear su rostro para penetrarla con facilidad. Extasiado por el poder que estaba experimentando, sintió que su genital aumentaba aún más de tamaño. Perdiendo fuerza, los músculos de Zona se relajaron hasta que finalmente el hombre cumplió su propósito. Pocos minutos después el hecho ya estaba consagrado y él abría la puerta del auto para tirarla en la calle.
Se sentó un rato frente al manubrio y contempló la noche. Zona se había levantado del piso con dificultad y se había alejado con rapidez. Él la miraba alejarse y sonreía mientras abría una ventana del automóvil para espantar el olor a sexo y sentir el frío de la noche. Buscó las llaves del auto en su bolsillo y se encontró con $20.000. Eso era lo único que le quedaba de los $200.000. Miró el estanque de gasolina y decidió usar el dinero sobrante en bencina. No alcanzó a prender el auto cuando sonó su celular. Sorprendido contestó el aparato.
- ¿Aló?
- ¡Mi amor! – gritó una voz femenina por el otro lado del auricular.
- ¿Acacia?
- Sí tontito, ¿quién más?
- Hola preciosa. ¿En qué andas?
- Esperando.
- ¿Esperando qué cosa a estas horas?
- ¿Cómo que qué cosa? A que llegue el 21, ¿qué otra cosa podría ser?
- Ahh sí, claro, el 21.
- ¿Qué ocurre? ¿Se te olvidó lo que pasa en esa fecha?
- No mi amor, ¿cómo se me podría olvidar el día de nuestro matrimonio? Pero anda a acostarte que ya es tarde. Nos vemos mañana ¿bueno?
- Bueno mi vida. Que duermas bien.
Agobiado, tiró el teléfono sobre el asiento del copiloto. Sentía los pensamientos pesados y los ojos agotados de tanto ver. Apoyó su cabeza en el respaldo y dio un largo suspiro. No va más, no va más se repetía una y otra vez en su mente.
- Sí va más… mucho más – se dijo a sí mismo en voz alta.
Olvidando todo lo sucedido prendió el auto y se dirigió hacia su casa. Mañana todo volvería a ser como siempre.

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