viernes, 10 de enero de 2014

la busqueda

ace años que me buscaba, incluso desde antes de conocerme. Si no me equivoco, su exploración se remonta a la infancia, cuando aún no sabía qué era eso que anhelaba. Sin embargo estaba ahí, como una sombra, siguiendo cada uno de sus pasos. Me buscó en la poesía y no me halló. Profundizó en la incoherencia de sus pensamientos plasmados sobre papel y me atisbó por un segundo. Me tuvo frente suyo y me dejó ir sin darse cuenta que era yo aquello que necesitaba. En mí estaba la saciedad, el fin de esa carencia que la desvelaba por las noches. Quizás no estaba preparada, porque me miró directo a los ojos y me dijo adiós.

Cuando se despidió no entendí sus palabras. Llegué a pensar que todo había sido un error. Dudé y me confundí a tal punto que traté de resignarme a que había sido una estúpida ilusión mía. El dolor del abandono me llevó al límite de la locura. Su búsqueda había pasado a ser algo personal, en donde me fui enamorando profundamente de aquella que me cazaba. Recuerdo mi incredulidad cuando se alejó sin que yo dijera nada. No tuve fuerzas para pedir una explicación, ni tampoco el coraje para detenerla.

Con el paso de los años la fui poniendo en un rincón de mi mente. Su recuerdo dejó de ser parte de mi rutina y sólo pensaba en ella cuando creía sentirla cerca. Pero el encanto no duraba mucho ya que rápidamente volvía a la realidad de su ausencia. Aunque ya no era parte esencial de mi vida, siempre estaba ese vacío en el pecho cuando se me aparecía su rostro. El tiempo fue mi gran aliado, el que permitió que me anestesiara de la soledad.

No recuerdo el día exacto, pero estaba compartiendo un cigarrillo con mi imaginación cuando me topé con ella, o al menos con una parte de sí. Había pasado tanto tiempo desde que había dado signos de vida, que a veces dudaba que existiera. Por eso, cuando la encontré tan perdida como siempre, en su eterna búsqueda por mí, quedé inmóvil. Ahora me buscaba en sus cuentos. Palabra tras palabra intentaba recrearme para hacerme real. Una parte de mi quiso huir, pero me mantuve firme, en el mismo lugar, a ver si esta vez miraba mejor. Estaba a punto de darle la espalda cuando me vio. No pensé que fuera hacerlo, pero me reconoció.

Me admiró atónita. No sabía cómo aproximarse, pero se le veía en la mirada que quería agarrarme y acercarme a ella.

- Toda mi vida… y aquí estás. – dijo mientras le tiritaba el mentón.

- Así es… y yo siempre esperando por tí…

Sé que se asustó. Quiso salir corriendo una vez más. La primera vez había sido por ingenua y ahora por cobarde. Sentía temor de sus propios sentimientos, de la realidad, de su verdad. No quería abrirse, había estado protegiéndose a sí misma del mundo con la excusa de que no encontraba aquello que buscaba. Y ahora me tenía a mí, mirándola, directo al alma… y no sabía qué hacer.

Tomé su mano para que no pudiera escapar y la invité a caminar por la playa. Sus píes descalzos sentían la arena que se metía entre sus dedos. La aspereza le producía un poco de cosquillas pero también la relajaba. No había vuelto a mirar mis ojos. Cuando la buscaba, su rostro se apartaba para evitar el contacto.

- Nos hemos conocido desde siempre. - le dije.

Al principio trató de evadirme e incluso rechazaba mis palabras. Le pedí que se sentara a orillas del mar y dejara que el agua jugara entre sus piernas. Por primera vez me miró con ternura. Nos fuimos desnudando y descubriéndonos. No tenía el mismo cuerpo con el que tantas veces la recordé, no por eso era menos hermoso.

- Lo siento. – fue lo único que pudo decir.

Yo no necesitaba más. Esas palabras me bastaban para saber que efectivamente yo seguía siendo su todo. Desnudos, quise abrazarla, sentir su cuerpo latir junto al mío, fundir nuestros respiros en un beso y descansar los pensamientos y las dudas. Pero no pude. Ahora fui yo el que miró con temor. Ella no notó mis incertidumbres y esperó que yo diera los pasos para aproximarnos. De verdad que traté, pero no pude. Mi mente perdió el control de mi cuerpo y no me pude mover. Y ella, como siempre tan absorta en sus propias reflexiones, tampoco me vio. Una vez más nos teníamos uno al frente del otro y nos distanciábamos por falta de valor. De a poco nos íbamos disolviendo en el espacio hasta que ella abrió los ojos.

- Espera. – me rogó.

En contra de lo que mi cuerpo gritaba traté de no desaparecer para escuchar lo que tenía que decir.

- Estoy viva. Jamás me había sentido así.

- No entiendo. – le respondí.

- Sí, lo sé. He pasado todos los días de mi vida dormida. Igual que una sonámbula. Respirando pero no viviendo. Tú me has hecho mirar más allá. Sin decir mucho, sólo con tu presencia, me has hecho sentir aquello que creía inexistente.

La miré incrédulo. Tanto tiempo la había esperado. Ahora se aparecía y era aún mejor de lo que jamás había soñado.

- Lo siento. Me encantaría creerte, pero no puedo. Ya no puedo…antes sí. Tomar un riesgo así ahora… simplemente no está en mí. Me estás pidiendo demasiado.

- Tranquilo. – me trataba de callar. – Tú no tienes que hacer nada. Ahora me toca a mí.

- No te entiendo….

Me quedó mirando con sus ojos oscuros, penetrantes, poderosos. Tomó mi rostro desvanecido en sus manos y lo acarició.

- Ya no digas nada, déjame mostrarte.

Me quedé en silencio. Estaba aturdido, pero sentía algo tan fuerte irradiar de ella que la dejé ser. Cerré mis ojos y traté de olvidar mi existencia. Sentí sus manos, frías y pequeñas recorrían mi espalda haciéndome caricias que me daban escalofríos.

Se fue acercando a mi pecho. Sus dedos jugaban con los pelos. Me besó en el cuello. Lentamente fue bajando más. El cosquilleo y los nervios fueron inevitables.

Sostuve su cabeza y la fui guiando por mi cuerpo. La hice besar mis pezones y chuparlos. Luego tomé su boca y la dirigí hacia mi ombligo, un poquito más abajo… y un poco más. La tuve ahí revoloteando y jugando hasta que estuve a punto de reventar.

- Ven aquí. – le dije tomando su cintura con ambas manos.

Ella no decía nada. Jamás imaginé verla así. Tan inocente, tan entregada, tan mía. Por unos minutos tuve la tentación de hacerla sentir como yo lo había hecho durante estos años. Pero cuando miré sus ojos percibí su inocencia. Comprendí que no sabía nada. Le debía mi existencia pero ni eso lograba entender.

Me miraba desesperada. Estaba ansiosa por que fuéramos uno. Ella había estado en otros brazos antes. En cambio yo me había reservado para este momento que tantas veces dudé que se hiciera real. Sentí que había vuelto a nacer. Me enamoré no sólo de ella, pero de la vida en general. Tenía ganas de reír y no había forma de controlar mi sonrisa. Todo floreció ante mis ojos y mi estómago daba vueltas en ansiedad.

Nos quedamos tendidos en la cama. Desnudos, compartiendo caricias, mirando la nada y pensando en todo. Disfrutando cada segundo, cada respiro, cada mirada. Su cabeza descansaba en mi brazo y su pelo me producía picazón. Apasionado, me precipité sobre ella y la besé.

- Te amo. – le dije sin pensar.

No sé qué esperaba escuchar. Ella no dijo nada… cualquier respuesta hubiese sido mejor que su silencio. Me miró con los ojos bien abiertos. Cuando le devolví la mirada dio vuelta la cabeza para otro lado.

- Dime algo. – le pedí cuando se comenzaba vestir.

- Estoy un poco apurada ahora. Después hablamos.

- ¿Cómo que después hablamos? ¡Dime algo! – le exigí.

- Adiós, te llamo. – y con esas míseras palabras me plantó un beso frío en los labios.

Durante días estuve sentado en mi departamento esperando su llamada. Pasaba el tiempo y no me atrevía a salir… no fuera a ser cosa que sonara el teléfono y que yo no estuviera en casa para contestarlo.

Cuando volvía a perder la esperanza de encontrarla, apareció. Lucía el pelo suelto. El viento no me dejaba ver bien su rostro.

- Es a ti a quien siempre he querido. Pero no puedo tenerte, no puedo dejarte ser. Si te permito existir entonces me quedo sin razón para vivir. Si mi búsqueda termina ahora, aquí, contigo… no me queda nada.

- ¿Qué quieres decir? – le pregunté.

No necesité escuchar su respuesta. Mirándola lo supe. Se sentó frente al computador y abrió el archivo búsqueda. Luego en la barra superior: edición – seleccionar todo
- Te amo. – volví a decir.
Yo también. – respondió y su dedo presionó borrar.

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