viernes, 10 de enero de 2014

la escondida

Escondida

- ¡A la escondida! Yo con la Sole y tú con mi hermana.
El juego estaba decidido, los equipos armados. Javier y Soledad deben contar mientras Francisco y Camila se esconden.
- 1, 2, 3… - se escucha la voz de los niños mientras ocultan sus cabezas tras un árbol del patio de la abuela.
Mientras tanto, la Cami y Francisco corren desesperados sin saber dónde esconderse para que no los pille su equipo rival. Los adultos mantienen una rutinaria conversación sobre negocios en la terraza del jardín y no prestan atención a los juegos infantiles. A fin de cuentas, mientras los pequeños no se pongan a llorar no vale la pena prestarles atención.
Camila comienza a sudar del nerviosismo. Las palmas de sus manos están húmedas y siente dificultad para respirar.
- Pancho, ¿qué vamos a hacer? – le pregunta la niña a su primo mayor.
Sin responder si quiera, Francisco la toma del brazo y la tira con fuerza hacia el interior de la casa. Sorprendida Camila no entiende la reacción de su primo pero trata de seguirle el ritmo de sus pisadas. Las piernas de Francisco le parecen más largas que de costumbre y el aire se le hace cada vez más escaso.
Luego de un trote que parecía no terminar para Camila, llegan al dormitorio de sus abuelos. Cada vez que entra a esa pieza se extraña que sus abuelos duerman en camas separadas. Sin embargo, el familiar olor a café del dormitorio hace que la pequeña se sienta segura. Como si ese olor y la cruz que cuelga de la muralla fueran lo único que ella necesita para estar a salvo.
- Vamos, al balcón. – ordena Pancho.
Camila lo sigue sin hablar. El rostro de su primo ya no le parece reconocible. Tampoco logra descifrar la mirada que tienen sus ojos. Se ve tan distinto, como si lo hubiesen cambiado y mantenido igual al mismo tiempo. Pancho le ordena guardar silencio mientras asoma su cabeza por el balcón para ver si encuentra a Javier y Soledad en el patio.
- ¿Pancho? – pregunta Camila queriendo saber qué es lo que observa Francisco.
- ¡Cállate!
Antes que Pancho pueda terminar de gritarle, su mano se mueve rápidamente y le planta una cachetada a su prima. Camila se queda helada con la mirada fija en el suelo. No le sale la voz, no puede hablar ni gritar. Pequeñas lágrimas comienzan a brotar del borde de sus ojos. El impacto del puño de Pancho en su rostro es insignificante al lado del sentimiento de pequeñez e impotencia que se va apoderando de ella. Quiere moverse y salir corriendo pero ha perdido el control de sus piernas. Sólo en su mente logra hablar y pide, con todas sus fuerzas, que su hermano y Soledad los encuentren rápido.
Pancho no le presta atención a la Cami. Camina de un extremo del balcón al otro. De repente la ve y se da cuenta de lo que ha hecho. Trata de remediar la situación diciéndole a Camila que no sea inmadura y que pare de llorar. Pero Camila no lo escucha, lo ha bloqueado de su sistema. Pancho se da cuenta que su prima no está reaccionando y decide abrazarla, pero en vez de responder al gesto, Camila contrae todo su cuerpo como un feto para protegerse y esconderse de su primo. El pequeño no sabe qué hacer y se desespera cuando piensa que Camila lo puede acusar. Quiere controlar la situación y no sabe cómo ya que ni si quiera logra obtener una reacción de su prima. Luego de dudar por unos minutos se le ocurre una idea perfecta para demostrarle a Camila quién es el que manda y hacerle guardar silencio.
- Cami, Cami, Cami. Tú sabes que este jueguito tiene que quedar entre nosotros ¿cierto? – Le pregunta Pancho mientras posa su mano derecha en el muslo de la niña.
Nuevamente el silencio. Camila no entiende qué está pasando… no quiere saber y trata de pensar que nada de esto es real. Pero la mano de su primo comienza a subir por su falda y no se siente bien, hay algo extraño que no debería estar pasando y ella no sabe cómo describirlo. La mano ha llegado a su ropa interior, la niña se queda estática con todos sus músculos apretados.
- Viste que no era tan difícil quedarse calladita. – Se mofa Pancho mientras la golpea con un beso forzado.
- ¡Suéltame! – finalmente logra gritar.
Pancho sólo se ríe. La agarra de ambas manos y la amenaza: si abre la boca la escena se repetirá. Camila ya no quiere escuchar nada y sale corriendo en busca de su hermano.
- ¡Te pillamos! – grita Javier cuando ve a Camila corriendo en su dirección.
Camila quiere hablar, quiere decirle todo lo que ocurrió y sentirse protegida. Pero su hermano no entiende, no sabe lo que ha pasado tras los muros del dormitorio de los abuelos. Al poco tiempo aparece Pancho y se va a jugar con Javier dejando a las niñas solas. La Sole mira a su compañera de juegos y le cuenta lo linda que es la muñeca que le regalaron el día anterior, pero Camila se ha ido lejos. No le interesan los juegos ni las juguetes, ya no quiere ver a nadie ni escuchar más palabras. Busca la mirada de su madre pero ésta, al igual que los demás adultos, está hablando de negocios. Trata de entender qué están diciendo los mayores pero sólo logra comprender palabras al aire “el impuesto, el precio del dólar, la guerra de Estados Unidos, la economía nacional.” Nada de eso le ayuda a sentirse bien. Trata de aguantar sus ganas de salir corriendo, pero los deseos de huir son más grandes. Deja a Soledad hablando sola y se dirige con paso firme hacia donde está su madre.
- Mamá, ¿nos podemos ir?
- Espérate un ratito Cami, estoy hablando con tus tíos.
La pequeña decide darle espacio a su madre y se aleja un par de pasos. No pasan cinco minutos cuando vuelve a sus faldas.
- Mami, ¿podemos hablar?
- ¡Camila por Dios! ¿No me escuchaste cuando te dije que estaba hablando con tus tíos? ¡Anda a jugar con la Sole mejor!
Es la primera vez que Camila se enfrenta a la soledad y no sabe cómo resistirse a ella. Su propia madre le está dando la espalda. No hay forma que se pueda sentir más abandonada, como si repentinamente ya no quedara nadie en el mundo que la quisiera. Rendida, la pequeña se sienta sola en un rincón de la terraza. No quiere alejarse de ahí, al menos en aquel lugar está frente a la mirada de los adultos y cree que eso tiene que darle algo de seguridad.
Cerca de dos horas más tarde, la madre le dice que se van para la casa. Con timidez Camila se despide de todos sus parientes y se dirige cabizbaja al auto. Cuando están las dos solas la pequeña trata de encontrar la calidez que le da la presencia de su madre. Mira directo a los ojos de su progenitora y se da cuenta que ésta ha olvidado la conversación que tuvieron hace un rato.
- El Pancho me tocó por debajo de la falda. – Al fin lo dice. Y con esas palabras Camila siente que se ha quitado un enorme peso de encima.
- ¿¡Qué!? – grita la madre.
- El Pancho me tocó entre las piernas. – Repite más suavemente.
A pesar de que sólo faltan pasos para llegar a la casa, la madre frena bruscamente y le da una cachetada a su hija.
- ¡Camila, no quiero que andes diciendo estupideces! – le grita.
- ¡Pero si es verdad! – protesta la niña.
- ¡Me importa un carajo si es verdad o mentira! ¡Esas cosas no se dicen y punto! Fin de la discusión y no quiero se hable más del tema. ¿Me entendiste?
- ¡¿Me entendiste o no?! – vuelve a gritar la madre al no escuchar respuesta de Camila.
- Sí mamá, te entendí. – finalmente logra balbucear desde su movil.
Tal como su madre ha ordenado, Camila no vuelve a mencionar la situación. Sin embargo, no puede escapar del sentimiento de podredumbre que le han dejado las manos de su primo. El poco viaje que queda transcurre en silencio. Al llegar a casa la madre cambia el rostro y vuelve a tener la misma sonrisa de siempre. La hija, siguiendo el ejemplo y las indicaciones de su madre, comienza a decir incoherencias… era ya una adulta.

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